La queja directa o indirecta en su múltiples formatos (lamentos, críticas, excusas, etc.) con carácter general permite escaquearse de obligaciones, y obtener por medio de otras personas algo que costaría mucho esfuerzo hacérselo o conseguirlo uno solito.
Las funciones de las quejas se perciben claramente cuando se ponen ejemplos concretos. A un estudiante afirmar “este exámen es muy difícil, para qué voy a intentarlo” le facilita una buena justificación para dejar de lado los libros.
A un trabajador público decir que “la administración está fatal, esto no hay quien lo cambie” le ofrece una excusa razonable para dejarlo como está.
Alguien “necesitado de cariño” puede lamentarse sobre su solitaria vida para así conseguir la atención de otros seres vivos que le prodiguen algo de calor, lo que le evitará el esfuerzo de tener que ponerse a desarrollar habilidades para relacionarse con más facilidad.
Y una persona en desempleo o alguien que busca un trabajo menos precario se quejará amargamente sobre lo difícil que es encontrarlo, sobre lo chungo que está el mercado a menos que tengas enchufe y lo arduo que le resulta encontrar el tiempo suficiente, argumentos aparentemente razonables que le ayudarán a aceptar que su vida actual no es tan mala y/o le evitará la incomodidad de intentarlo con la fuerza y la planificación necesarias.
Al ver esta viñeta de Quino publicada por Andrés Ubierna en su Puerto Managers (que veo también ha recogido Encarna) he recordado un articulo de marzo de 2008, las quejas siempre cumplen una función. Y las excusas también, como parientes muy cercanos.
Las justificaciones no indican que uno esté insatisfecho o descontento con lo que hace. Son una forma de evitar que los demás nos hagan sentir mal por lo que hacemos. Pero eso no es un problema de estilo de vida sino de asertividad. Me recuerda una de esas 30 cosas que sabes pero no aplicas: La manera más segura de fracasar es intentar complacer a todo el mundo.
Sigo de vacaciones en el sureste de Spain. Muy a gustito.
La excusa es más antiguo que el hombre, ¿sino me vas decir que excusa le puso la Virgen María a San Jose cuando le dijo que estaba embarazada de un ángel? (Si eso no es una excusa, no se lo que puede ser).
Y aún nos podemos remontar más lejos que le dijo Adán a Dios, “no la cuplpa fue de Eva que me metió la manzana en la boca”.
Aquel que no busque una escusa alguna vez no que tire la primera piedra, sino que le caerá una losa encima por mentiroso.
Un saludo
.-= Último post de José Luis del Campo Villares… blog ..Cuando tu trabajo es considerado como una œmarca blanca =-.
Pues si, es algo bien antiguo excusarse. Yo creo que como todo, tiene su función. Puede usarse para no hacer algo que realmente no queremos hacer o no dar una explicación que no nos apetece dar. Lo malo es cuando nos la damos a nosotros mismos y nos la creemos. Que sucede con frecuencia!
.-= Último post de Mertxe… blog .. ¿Te delatas con cada palabra? =-.
Sólo es justificable la excusa cuando no depende de uno mismo. Lo demás, es simplemente echar balones fuera para que los demás no nos valoren de una forma negativa. Lo que pasa es que,generalmente, no cuela.
saludos
.-= Último post de Fernando López… blog ..Post-itive thinking =-.
Habiendo infinidad de motivos para hacer y
sólo unas pocas excusas para no hacer,
hay que ver la cantidad de cosas que no se hacen.
¡Salud y buenos alimentos!
De vuelta ya de mi semanita de vacaciones :-)
Gran parte de las excusas que damos NO tienen mucha influencia en nuestro día a día y suelen ser quejas emocionales, de expresión. Es decir, la peña se lamenta de algo pero luego se pone a hacer lo que tiene que hacer.
https://yoriento.com/2008/11/buscando-trabajo-cree-lo-que-quieras.html/
Eso sí, si las excusas son aceptadas frecuentemente por los que las oyen pueden convertirse en una gran herramienta de escape :-)
Gracias a los cuatro por vuestros comments. Mertxe, ¿te vas recuperando? Besos curativos.
Sobre algunos modos emotivoconductuales
de comprender la estupidez y de ser felices,
según la psicóloga Paz Torrabadella
Por José Miguel Pueyo, psicoanalista
Con la que está cayendo quién se atrevería a decir que «coleccionamos excusas para sentirnos infelices ». Por sorprendente que pueda parecer no se trata de un gazapo, pues sin necesidad de entrar en más detalles, esa consideración aparece en dos ocasiones, una en la cabecera y otra en el cuerpo de la entrevista que la periodista Ima Sanchís, hizo a la psicóloga Paz Torrabadella. (La Contra. La Vanguardía, jueves 10 de marzo de 2011), con ocasión de la publicación de su libro Estupidez emocional. Editorial Vía libro. Barcelona: 2011.
Sabido es que las excusas son esos razonamientos con los que uno intenta justificar y en ocasiones protegerse de algunos comportamientos como inclinaciones reprobables, fallos o errores. A juzgar por lo que leo en el libro de esta psicóloga, lo que no se conoce tan bien es que la generalización suele enmarañar el problema que se pretende despejar, y que como en otros asuntos también en éste conviene dejar al margen la ideología así como conocer los aspectos fundamentales de la naturaleza del sujeto humano. Tampoco es aconsejable pasar por alto que muchas personas no se quejan en vano; que existen verdades sin cuento como la prevaricación y el latrocinio, las masacres en los países árabes, el abuso de niños por gentes de la iglesia, y que un atentado terrorista deja paso a un tsunami, etc, etc., aspectos que sin duda Paz Torrabadella conoce, pero que en un asunto como el que trata no conviene obviar, y así es también respecto a las distintas varas de medir a la hora de calibrar los daños.
Quizá la explicación a algunas de las ideas que recoge este libro haya que buscarlas en el pensamiento del que parece ser uno de los maestros de la autora, Albert Ellis, fundador, junto con Aaron Beck, de la psicología cognitivo conductual, y creador él mismo de una de las terapias que se ofertan en el mercado de la salud mental y del llamado desarrollo personal, la Terapia Racional Emotivoconductual (TREC). Podría ser así porque contra el «debería haber hecho esto o aquello, y como no lo hice me excuso », todo indica que entiende que lo racional y positivo sería decir «acepto que no lo hice, pero aun tengo tiempo de hacerlo, y debo pensar que en realidad no lo necesito para estar contento y satisfecho ». Se trata de un programa que tiene su fundamento teórico en uno de los conceptos mayores de la psicoterapia de ese clínico estadounidense, la «terribilitis », esto es, la creencia de que los padecimientos de una persona, desde la ansiedad hasta la depresión pasando por las obsesiones, la inseguridad y la insatisfacción, obedecen a que esa persona «terrabiliza ». Según Albert Ellis, enfermamos, sufrimos o nos comportamos estúpidamente por la tendencia a valorar las cosas que nos suceden como terribles, así como porque no conocemos su verdadero alcance y, sobre todo, porque no aceptamos nuestros errores y gastamos toda nuestra energía en excusarnos. El tratamiento, en buena lógica con esas conjeturas, consiste en persuadir al paciente mediante razonamientos que lo mejor que puede hacer para resolver sus inquietudes o las conductas estúpidas es no ponerse nervioso, tener calma, mantener la tranquilidad frente a toda adversidad, entender, en suma, que nada es demasiado terrible, y, por supuesto, que lejos de negar las debilidades debe aceptarlas, pues en la aceptación está la clave de la resolución de los problemas. Esta idea central del tratamiento racional emotivo conductual no deja de ser lógica, pero también antigua y como se habrá advertido muy elemental; y, en realidad, no estaría mal si pudiera resolver algo más que lo que el sentido común o la persuasión resuelven, que como se conoce es muy poco. Resumiendo, no negar lo que nos sucede, conocerlo racionalmente y aceptarlo, aunque puede ser un buen comienzo, no es suficiente; y el camino, a diferencia de lo que propone Paz Torrabadella, no es acoger las cosas con humor, el autocontrol emotivo-racional y menos aun esperar de los otros una intuición clarificadora.
La época y la cultura, así como la idiosincrasia de las personas tienen un papel relevante en el momento de calificar de estúpido a algo o a alguien. Se trata de un capítulo básico y esencial cuyo desarrollo se echa en falta en este libro, lo que impide al lector reconocer la luz que aporta a la estupidez, a las excusas y a la felicidad los estudios históricos y transculturales. Hubiese bastado tan sólo una nota sobre la estupidez según las épocas, así como indicar que existen excusas de muy distintas clases, y, en fin, que esa palabra recoge acepciones que hablan del comportamiento humano no sólo en diferentes momentos de la historia sino también en distintas épocas de la vida de una persona, para dar un tono de realidad a este trabajo. Y no menos meritorio habría sido indicar que no es habitual provocarse los síntomas de una enfermedad, lo que se conoce como Síndrome de Munchausen, y que las personas no suelen ir simulando dolencias para obtener algún beneficio como evitar un trabajo o conseguir una compensación económica; tanto más porque en los tiempos actuales, aunque quizá no menos que en otros, las desgracias y los padecimientos aparecen sin necesidad de que uno se los provoque.
Como dice Paz Torrabadella la vida tiene una dosis de sufrimiento. Lo que elude es que en eso repite a Freud; y no está acertada cuando afirma que el sufrimiento se encuentra en la enfermedad y en la muerte. Como antes fue la psicopatología, ahora es la clínica diferencial la que enseña, cierto es que de la mano de Freud, que no todo en el síntoma neurótico es sufrimiento. El síntoma neurótico es bifásico, ya que la cara consciente, que corresponde al sufrimiento, no es sin cara la inconsciente, que corresponde a lo que llamamos goce porque remite al perdido en la infancia y reencontrado en el retorno de lo reprimido que es el síntoma. En cuanto a la muerte, baste indicar aquí que para muchos constituye una liberación del sufrimiento; y que se la puede buscar, todavía hoy, por aquello que promete la religión del Libro: el goce absoluto y eterno.
El lector de este libro sin duda hubiera agradecido otro de los factores que habría arrojado luz a las cuestiones que plantea, como es que ante la insatisfacción que caracteriza al deseo y otros avatares de la naturaleza humana, lo que desde hace muchos siglos y aun milenios hacen las personas es procurarse algún lenitivo, esto es, un objeto-excusa-justificación para soportar la vida, como se dice, y hoy más que nunca para suturar la herida narcisista que muchos tuvimos la suerte de sufrir en la más tierna infancia. La expresión «Si Dios no existiera habría que crearlo » denuncia la precariedad, también emocional, del hombre, así como lo que tenemos en común con nuestros congéneres. Trátase de una falta estructural que se manifiesta en la salud tanto como en la enfermedad, pues es la causa de la insatisfacción que caracteriza al deseo, el gran y auténtico motor de cuanto existe. La falta por la que vive el deseo explica la necesidad de lenitivos, los cuales constituyen tentativas imaginarias, como acabo de indicar, para suturar la herida narcisista que supuso la separación del alienante abrazo materno y la pérdida de la primera experiencia de satisfacción. Entonces, la fórmula «Coleccionamos excusas para sentirnos infelices », podría ser transformada en «Coleccionamos excusas para sentirnos felices », puesto que todos buscamos excusas, esto es, paliativos y apoyaturas para poder vivir la vida que nos ha tocado en suerte. Eso es lo único que a los humanos nos está permitido encontrar; aunque hay excusas y excusas hay, como dice el poeta y quien no lo es tanto. En otros términos, lo que coleccionamos son excusas, sí, pero en el sentido de que en la realidad no existe otra cosa, ya que está conformada por objetos imaginarios. Mientras que sólo el amor-pasión nos hace creer que algo de la realidad es lo Real del goce perdido. Es al lugar de la falta, al lugar vacante del objeto que perdimos en el tiempo lógico del complejo de Edipo, conocido desde Lacan como objeto a, un objeto perdido para siempre y que por esa razón se constituye en causa del deseo, que vienen las excusas de todo tipo y los objetos imaginarios, o sea, las satisfacciones sustitutivas de lo perdido. He aquí, en la realidad, bien plantadas las aficiones, el arte, el amor por esto o aquello, las gratificantes relaciones sociales, el ansia de tener más dinero, o ser mejor en esto y aquello, la religión, una ideología política, etc, etc., objetos, discursos y personas que nos reconfortan de la insatisfacción del deseo y de la herida narcisista. En fin, son estos y otros objetos los que nos hacen creer que estamos más plenos, con ellos nos imaginamos más satisfechos y más realizados, más felices, nos sentimos mejor, como habitualmente se dice. Sin embargo, algunas personas sufren sin saber que sufren la verdad. Son aquellos que no quieren más excusas, que aborrecen los objetos imaginarios. Es como si supieran que los objetos de la realidad son sustitutos del perdido para siempre; y al no aceptar el trueque se desvinculan de la realidad, pues para ellos esos objetos han perdido el brillo que habitualmente sugestiona, podríamos decir que engaña o engatusa al sujeto supuesto normal. Es, pues, en estos casos cuando la pretendida excusa «todo es una mierda » se revela con toda su rotunda verdad estructural. En este punto tal vez habría que indicar que el psicoanálisis no es una terapia revolucionaria sino una cura subversiva, tan subversiva como lo es el sujeto humano respecto al medio sujeto de la psicología cognitivo conductual por agotarlo en el yo consciente; y que tampoco es un tratamiento de la adaptación a la realidad o de la sublimación, pues el psicoanálisis renuncia a ese engaño al entender que la única y auténtica vía de liberación emocional es revelar de qué se queja en verdad la persona que nos pide ayuda para su malestar. Por consiguiente, la estupidez emocional no es la causa del sufrimiento, como pretende esta psicóloga, sino un efecto más de la conformación de la subjetividad en la historia familiar.
En la línea de los libros de autoayuda, el que hoy sucintamente comento promete presentarnos lo que necesitamos para protegernos de la estupidez y superarla. Sin embargo, si algo queda claro en ese trabajo es la fe de la autora en esa mitad del sujeto humano que, como acabo de apuntar, es el yo consciente, así como en la persuasión racional como procedimiento terapéutico. Obviar las causas inconscientes de los problemas de las personas a las que se pretende ayudar, la formación de los síntomas y su función, es, desde el punto de vista del psicoanálisis, una manera como otra cualquiera de condenar a esas personas a las ataduras que les impiden progresar. Sin embargo, nada puede la racionalización de un problema psíquico contra su razón etiológica, y, por supuesto, menos aún ser consciente de cómo me siento para controlar el problema, como se nos dice siguiendo en esta ocasión una idea del creador de la terapia bioenergética y seguidor de Wilhelm Reich, Alexander Lowen, quien entendía que la felicidad era la conciencia de la propia mejora. En definitiva, compartir, poner en común temas personales con otros, puede estar bien y es lo que de ordinario ocurre alrededor de una mesa, pero lejos de ser una gran herramienta terapéutica, como nos dice Paz Torrabadella, lo que suele producir es una identificación al ideal del otro, al ideal del semejante, o nada, y sobre todo nada que tenga que ver con la verdad como causa de lo que uno es y de la razón por la que sufre. Contra la imbecilidad, la tontería y los problemas psíquicos, nada puede la intuición y la buena fe de los consejos; y es la clínica la que advierte que con esas herramientas lo desaparecido retorna habitualmente con otra forma y en cualquier momento.
Así suele ocurrir cuando se omite que algunas personas han dicho cosas no triviales sobre el sufrimiento, la felicidad y la estupidez. En realidad, habría sido suficiente leer las tres primeras páginas de El malestar en la cultura, 1929 [1930], de Freud, para advertir que muchas de las creaciones del hombre tienen por objeto hacerle soportable los achaques de la edad, la enfermedad y la insatisfacción estructural; y tampoco hubiese estado de más recordar en este asunto el Por qué la guerra, la respuesta del primer psicoanalista a esa pregunta que el año 1932 le planteaba Albert Einstein. Estoy convencido que un paso más en esa dirección hubiera permitido comprender las razones de los límites de la persuasión cognitivo conductual contra esa pasión del yo que en ocasiones es la estupidez, así como su función, pues como construcción sintomática a la medida del goce, una persona puede encontrar en ella un resguardo contra lo siniestro, no por ello menos familiar. Y advertir también que si la estupidez es una excusa lo es justamente porque excusa a una persona de toda responsabilidad, función que, por lo mismo, imprime un carácter diabólico a la repetición. Freud decía que no había nada más caro que la enfermedad y la estupidez. Así es, entre otros motivos, porque la estupidez introduce la ideología en el tratamiento, factor que no sólo obstaculiza la curación de una determinada persona al alejarla de su verdad, ya que paralelamente suele producir daños en ocasiones irreparables a la inteligencia.
Girona – Madrid, marzo 2011
Buenas a todos, veo que esta pagina esta relacionado a todo lo que es autoayuda y bienestar. Les dejo una pagina que en el utimo tiempo me sorprendio con sus contenidos, es una editorial de Argentina.
Un saludo a todos