Un cirujano quiso dar a sus alumnos una lección en vivo sobre la importancia de la observación. Una vez reunidos, les dijo:
– Hay dos cualidades fundamentales del cirujano, que son la resistencia a la repugnancia y, sobre todo, la capacidad de observación. Lo vamos a comprobar a través de un sencillo experimento.
Dicho esto les mostró un recipiente con un líquido sanguinolento, verdaderamente repugnante. La vista y el olor provocaban un rechazo irreprimible. Y les dijo:
– Voy a meter el dedo en el recipiente y me lo voy a llevar a la boca. Observad atentamente. Y veréis cómo puedo superar la repugnancia. Es el fruto de una larga experiencia y de un intenso afán de superación.
En presencia de todos ellos metió el dedo en el recipiente y se lo llevó a la boca sin inmutarse. Los alumnos hicieron un gesto de sorpresa y de admiración. Luego le pidió a cada uno que hiciera lo mismo. Algunos no pudieron superar el rechazo y ni siquiera metieron el dedo en el recipiente. Otros sí lo hicieron y se llevaron el dedo a la boca. El vómito provocado por el sabor fue casi automático. Entonces el cirujano se dirigió de nuevo a los estudiantes para decirles lo siguiente:
– He visto que no tenéis todavía suficientemente desarrollada la capacidad de superación de la repugnancia. Pero me preocupa más lo que sucede con la observación. Ninguno se ha dado cuenta de que introduje el dedo índice en el recipiente y me llevé a la boca el dedo corazón.
¿No os recuerdan estos alumnos a ciertos policías de frontera? Cuando buscamos empleo o planificamos nuestra vida profesional, y cuando asesoramos como supuestos expertos a esas personas que buscan y planifican, ¿cuántas veces hemos actuado y actuaremos, hemos tomado y tomaremos decisiones basándonos en apariencias, prejuicios y creencias, y no en observaciones y datos suficientemente válidos y fiables? Tal vez sea que como la búsqueda de empleo y la profesionalidad se basan cada día más en parecer antes que en ser, y en las empresas la simulación es un valor en alza, los “expertos” también estemos siguiendo la tendencia.
¿Nuestras actuaciones están basadas en informaciones y evaluaciones contrastadas, tienen mayor valor científico que meros consejos bienintencionados aderezados con un poquito de consultolabia y/o de psicolabia en lugar de psicología, según el contexto? Oye, que no estoy depre ni criticón, de verdad, pero es que con las cosas que me cuentan, cada día más, que dicen y recomiendan algunos profesionales pienso, tal vez también hago lo mismo y ya ni siquiera soy consciente. Y tú, ¿tienes claro qué de lo que haces es mera apariencia y estatus, y qué verdadero valor de cambio? Sin acritud.
La historia es de El adarve, y el vídeo anuncio lo encuentras en Youtube como “Ameriquest Commercial”.
Estoy muy de acuerdo contigo.
A mi me preocupa la situación cuando no se es consciente de que se esta actuando así.
Entiendo otras ocasiones en que se actua como describes,de forma consciente y como parte de un ensayo, en alguna situacion donde nada se sabe.
Aunque sea paradógico,esta forma de actuar es mas frecuente cuando menos personalización se realiza, menos tiempo se tiene y mas presión por dar un sentido a la propia actividad profesional..
Intento cada día más el que mis acciones describan como soy, pero en muchísimas ocasiones ello no es posible. Uno no puede ir con el curriculum en la mano y entregándolo a todo áquel que conoce.
De cualquier manera, el tema de las apariencias es algo con lo que nos tocará vivir. Es imposible evitar una primera impresión en el trabajo, en una reunión y demás sitios por la forma de vestir, hablar o comportarse. Además creo que es útil para formarnos una primera idea. El tema está en saber valorar en segundas o en terceras instancias.
Koldo,
sean cuales sean las condiciones uno debería ser consciente qué valor añadido tiene lo que hace como profesional, por poco o mucho que sea.
Por ejemplo, gran parte de mi labor diaria puede ser administrativa o meramente burocrática, pero el verdadero problema en ese contexto es creer que lo que hago tiene influencia positiva en mis clientes, y además no investigar o definir qué y cómo puedo hacer mejor algo.
Se trata, por un lado, de aceptar que gran parte de lo que hacemos es un juego autocomplaciente en el que cada uno tiene su rol (aunque no sea muy eficaz); pero, por el otro, también de encontrar esos espacios donde hacer algunas cosas que tengan sentido y permitan alcanzar objetivos razonables.
Cratipo,
una cosa es que las apariencias y los prejuicios marquen nuestras primeras impresiones de forma ineludible, pero otra cosa es que esas apariencias sirvan para justificar una vida profesional entera.
De verdad que muchos supuestos profesionales, una vez que los conoces un poco por lo que dicen o hacen o recomiendan, siguen teniendo un cierto estatus porque nadie los ha evaluado ni comparado públicamente con otros realmente buenos.
Siempre me ha parecido nefasto el término “libertad de cátedra” porque esa flexibilidad formativa suele venir acompañada de una falta de evaluación real de la calidad de lo que hace el “catedrático.”
Para que las apariencias tengan menos peso la única solución es profundizar en la comparación, el dichoso benchmarking ;-)
Hace unos días emitieron en televisión un documental sobre la vida de Fidel Castro. Entrevistaron a un sacerdote jesuita que subió al monte donde el “Comandante” organizaba la Revolución. Al ver que solamente contaba con 16 hombres hambrientos, sucios y algo desanimados le dijo: pero, ¿qué vas a conseguir con esto?,a lo que Castro contestó “no trabajo con ellos, sino con lo que la población piensa que tengo”.
Muchos profesionales mantienen su estatus, su imagen de profesionalidad y saber hacer porque no son evaluados, porque en algo son muy buenos/as. En conseguir que los demás piensen en lo que tienen.
Saludos
Ireina,
me ha gustado muchísimo tu comentario ¡ :-) Cuando no se evalúa lo que se hace, aparentar que se hace bien se convierte en lo único evaluable :-)