El jueves 8 de febrero desarrollé una ponencia en la II Feria del Empleo de Albacete. El más que profesional y muy bien avenido equipo de Orientación del Área de Empleo del Ayuntamiento me invitó a hablar un ratito de nuevo, esta vez sobre Orientación por Competencias. La verdad es que los humanos de la región manchega siempre me han parecido en extremo agradables, cercanos, lo que se dice buena gente. Lo empecé a descubrir allá hace unos 10 años cuando coordinaba los programas de orientación profesional en la Red Araña de entidades sociales por el empleo juvenil.
En las ponencias suelo hacer las barbaridades necesarias, espero que suficientes, para que los participantes se sientan cómodos y pierdan el miedo escénico. Por ejemplo, a uno de mis escuchantes simulé afeitarlo para escenificar cómo algunos barberos pueden actuar a veces como orientadores sin saberlo; a otro, un estudiante barbilampiño de psicología con pinta de adolescente, le puse a “ligar” con las compañeras de su grupo para hablar de competencias sociales (creo que todavía me lo tiene que estar agradeciendo); y, en general, a los profesionales les pongo en el lugar de sus usuarios, y viceversa. Intento que una ponencia se acerque en lo posible a una sesión individual de coaching pero en grupo, y micrófono en mano o en solapa, recorro el auditorio haciendo que las personas experimenten nuevas formas de hacer y de verse.
¿Las personas cambian su forma de pensar y de actuar por el mero hecho de asistir a unas jornadas, a un curso? Y si es así, ¿de qué factores depende la magnitud del cambio? Cómo ya imagináis soy pesimista al respecto. Ya he mencionado que solemos sobrevalorar nuestra capacidad para cambiar a los demás, y somos optimistas respecto a la posibilidad de que otros, siempre que no se trate de nosotros mismos, modifiquen su comportamiento. Otro día hablaremos de la eficacia de la formación como agente de cambio.
Albacete me parece una ciudad amable, acogedora, modernilla y manejable. Tiene hasta una filmoteca pública en pleno centro, un lujo inesperado. Cuando va uno solito por esos mundos de Dios, para sentirse uno en cualquier ciudad como en su casa tiene que hacer tres cosas: visitar una buena pastelería, como La Suiza; dar un paseo por la ciudad con naturalidad acompañado al móvil por algún amigo o amiga; y hacerse amiguete del recepcionista del hotel, que te contará vida y milagros de la ciudad. Pero como el pollo en cuestión era un poco sieso, el camarero del bar anexo hizo de alter ego.
Mi otra vida, la de consultor, es interesante, ¿por qué no reconocerlo? En estos tiempos, hablar mal de tu insuficiente salario, de tu por-supuesto-injusto-jefe, o de tus quejosos clientes, es más un estilo que una necesidad. Así que decir que te gusta lo que haces puede llevarte al psicólogo clínico, y lo de parecer feliz tiene más mala prensa que negociar con terroristas. Pero es que, además, mi faceta profesional menos glamurosa, la de currito en la oficina de empleo, esa que no incluye ni viajes, ni ponencias, ni estatus, ni powerpoints, voto a Dios que también me place, como diría Alatriste. Pero vayamos por partes.
Que uno le saque jugo e incluso divertimento a ciertas actividades laborales no significa que siempre esté como pececillo retozante, y no existan esos momentos (y días completos) que me parezcan absurdos e inútiles. Precisamente el mayor esfuerzo en el curro diario no es ir al curro diario, sino encontrar o crear motivos para disfrutar justo allí donde parece imposible hacerlo. Otro día hablaremos de cómo-trabajar-y-no-desmotivarse-en-el-intento, cuya publicación seria un best seller sin duda.
En los últimos meses estoy más ocupado que Al Gore convenciendo a gobernantes para que dejen de calentar este planeta ya-no-tan-azul. Sí, estoy liado, pero una muerte llega mejor si es dulce, un desamor es menos chungo si no es el primero, y una esclavitud es agradable si es elegida. Una letanía del Sabina clavaría mejor la idea, lo sé.
Cierto que el sobrepeso que dedico a lecturas, escrituras, blogs, foros y dedicaciones varias, se convierte en anorexia en el lado de los ocios, las relaciones y la familia. Pero quiero pensar que lo importante no es el tiempo que pasamos con las personas sino qué compartimos con ellas. Conozco demasiadas parejas que se lamentan del poco tiempo que tienen para estar juntas y luego resulta que cuanto más se ven menos se quieren, o simplemente más notan que no se quieren. Por algo será que en vacaciones es cuando más peña se divorcia. En fin, que diferenciar lo personal de lo profesional no es una cuestión tanto de lo que haces y con quién, como de cuánto te gusta y te hace crecer.
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